Madres solteras por elección propia
Ser madre soltera no era mi primera opción. Me gustaría encontrar una persona que llene mis expectativas, pero no puedo esperar por el hombre ideal para quedar embarazada, dice Anabel, de 33 años, gerente en un banco, que no tiene pareja pero desea tener un bebé.
Actualmente, las mujeres profesionales en edad fértil y sin pareja estable se han planteado la posibilidad de tener hijos sin la presencia masculina. Algunas piden ayuda a un amigo de confianza. Otras se dirigen a bancos de esperma. Esto trae discusiones morales y éticas, que reavivan los valores tradicionales y cuestionan creencias religiosas.
Entonces, ¿cuál debe ser la actitud de los hombres con respecto a esta situación? ¿Cómo debe ser la crianza de los niños de madres solas? ¿Se les debe decir a los hijos quién es el padre? ¿Hay crisis en la pareja y la familia? Para el sociólogo y psicoterapeuta Aquiles Rangel, las madres solas por voluntad propia le han dado prioridad a sus profesiones y, muchas veces, tienen miedo de formalizar una relación de pareja. La convivencia no suele ser fácil y el temor al fracaso genera rechazo. Pero un hijo es una responsabilidad compartida. El vínculo familiar entre el padre, la madre y el hijo es lo que garantizará su seguridad e identidad.
Motivación femenina
Adriana Araujo tiene un niño de tres años y se siente muy satisfecha con la decisión, uno no puede obligar a la pareja a aceptar una responsabilidad, si no quiere y sin ser consultado. Tuve la oportunidad de discutirlo y asumí las consecuencias de mi embarazo. Mi hijo es un proyecto mío. No me siento sola y es una fuente de amor auténtico. Lo más difícil es combinar el rol de padre-madre, ser la mamá consentidora y poner límites. Eso me crea un sentimiento de culpa enorme, porque sólo me tiene a mí.
Para Rangel, en algunos casos, la decisión proviene del ego. Se trata de una acción más, para cumplir metas en la vida. Es manejar la responsabilidad de la paternidad y la maternidad desde el «tengo» y no desde el «soy».
Maritza Gutiérrez, productora en una emisora radial, revela: el hombre al que yo se lo propuse y del que estoy enamorada, no aceptó, porque no soportaría dejar hijos sin padre y porque ya tiene un compromiso, es casado. Los niños tienen derecho a conocer a su padre. En cuanto a la crianza no veo la diferencia. Yo crecí sin padre, con mis abuelos y ni soy peor, ni mejor que los demás.
Para Rangel, tíos y abuelos pueden colmar las carencias afectivas y ser modelos en el desarrollo de la identificación sexual. Aprender los roles asignados a su sexo dependerá de la capacidad infantil para imitar a los adultos de su entorno.
La actitud de los hombres
Para Rangel, ellos deben asumir su responsabilidad con los hijos, es una decisión que tiene trascendencia en el tiempo. Los hombres pueden sentirse utilizados. He escuchado a mujeres que dicen ese hombre me gusta para que sea padre de mi hijo; pero a lo mejor no les agrada su estilo de vida o su profesión. Lo quieren sólo porque biológicamente le puede dar un hijo bello y sano.
También hay casos de mujeres muy efectivas profesionalmente que buscan relacionarse con hombres más jóvenes sin recursos financieros; porque las satisfacen sexualmente, los quieren como «reproductores», pero no como compañeros de vida. Finalmente, Rangel sentencia «en el fondo se confunde tener un bebé con una mascota. Un hijo no llena soledades y no debe venir al mundo para garantizar compañía en la vejez. Tener un hijo sólo para que se encargue de uno es sumamente irresponsable. En las madres solteras maduras, no veo presente el amor como cualidad, porque están privando al niño o niña del afecto de su otro progenitor».
Realización colectiva
Carmen Elena Balbás, psicólogo social, considera que la maternidad aunque sea una decisión aparentemente personal es una realización colectiva, porque para ser madre hay que elegir engendrar un hijo, buscar con quién y tenerlo, una sociedad que inhibe o facilita el desarrollo de esa gestación. En estos momentos, la maternidad no es vista como un mandato, una condición obligatoria o un elemento prescriptivo en la mujer. Es simplemente un rol latente, porque en ciertos sectores sociales las féminas pueden escoger en permanecer solteras, sin hijos o con ellos.
Aunque pueden existir parejas sin hijos o mujeres que desean tener familia sin pareja, no es la creencia dominante. Todavía el aspecto sociocultural predominante es casarse y conformar un núcleo familiar tradicional. En Venezuela, se le da mayor énfasis a la noción de familia que al principio de consolidación de la pareja. Hablamos de la unión de dos personas para la procreación, no sólo para experimentar placer y tener compañía. Cifras de la OCEI, demuestran que en 1998, el número de matrimonios en Venezuela disminuyó 23,19% con respecto a 1993.
Balbás reconoce que cuando se buscan antecedentes histórico-sociales de Venezuela se observa un gran margen de hijos naturales, poco frecuente en otras naciones latinoamericanas. En la medida que fue progresando la colonización española, se creó una estructura atípica familiar, de segundo orden. Existía una familia nuclear acreditada social y legalmente, y otra, producto de una unión consensual, desposeída de reconocimiento oficial, con una estructura matricentrada, que pudo originar la bastardía. En aquella época se pensaba que las esclavas y mujeres humildes eran objetos sexuales para los amos. Eso generó una aparente permisividad, porque vemos las relaciones fuera del matrimonio como una costumbre y se dio una estigmatización en los hijos naturales.
La madre sola es una de la variables que mayormente tipifica la familia popular, aunque puede conseguirse en cualquier otro estrato social, como consecuencia del divorcio o por ausencia del padre. Y no se trata de mujeres con baja autoestima porque implica asumir una responsabilidad nada fácil. Puede ser una persona que acepta la maternidad fuera del marco legítimo o social, y es capaz de enfrentarse a cualquier prejuicio, sin sentirse insegura.
No es válido establecer la incompatibilidad de caracteres de los cónyuges como obstáculo para la subsistencia de la pareja social, es obvio que al tratarse de dos personas también han de ser dos personalidades y la integración se produce como un proceso de adaptación y complementación, no de identidad.