Buen Andar
Ciertos progresos de la civilización, como los suelos lisos, resultan inadecuados para que los niños aprendan a caminar correctamente. Durante la infancia, los miembros inferiores se desarrollan con más rapidez que el tronco y se hallan sometidos a la influencia de factores externos que actúan desde antes del nacimiento.
Así, la curvatura de las tibias ha sido atribuida a una posición anormal dentro del útero. Lo mismo ocurre con algunas variedades del pie zambo.
Aunque algunas alteraciones de la forma de las piernas dan la impresión de crecimiento anormal, muchas de ellas no requieren un tratamiento específico ya que por lo general, se corrigen con algunos ejercicios o una simple modificación en los zapatos.
Algunos investigadores sostienen que las superficies lisas y suaves sobre las cuales los pequeños aprenden a caminar, favorecen la adopción de una postura y una marcha «antifisiológica» que los hace parecer patosos.
Los niños deberían aprender a andar sobre superficies irregulares y pedregosas, como todavía sucede en los pueblos primitivos. En efecto, las superficies lisas, muchas veces resbalosas y otras alfombras, pero suaves determinan que los niños separen los pies y los lleven hacia fuera. De este modo, todo el peso del cuerpo recae sobre el arco longitudinal del pie que se separa y se desvía hacia fuera.
Todo niño que está aprendiendo a caminar muestra al principio signos de pie plano. Sin embargo, cuando se observa como camina, se constata con frecuencia que tanto sus piernas como sus pies son robustos. Mientras algunos tienen un arco bien definido antes de comenzar a andar, otros carecen en absoluto de él, sin embargo, más tarde muestran un pie totalmente normal.
Por otra parte, no se debe incitar al niño a que camine antes de que sea capaz de ponerse en pie por sí mismo. Si lo hace demasiado pronto y se le ayuda a dar los primeros pasos, se fuerzan los arcos y se distienden los ligamentos que sujetan el pie. Así, de modo involuntario, los padres contribuyen a que la criatura padezca de pie plano.
Una vez consolidada la marcha, si el arco longitudinal estuviera poco formado, se puede ayudar al desarrollo normal del pie mediante la elevación de unos 40 milímetros del borde interno de la suela.
Para reforzar el pie, los especialistas aconsejan que durante el periodo preescolar los niños anden descalzos la mayor cantidad de tiempo posible. También es recomendable que cuando anden en bicicleta o suban escaleras hagan trabajar la punta del pie.
A partir del segundo año de vida, se les puede ayudar al correcto crecimiento de los miembros inferiores, enseñándoles a ponerse de puntillas, elevando y flexionando los pies de forma que carguen el peso del cuerpo sobre el antepié.
De todos modos, hay que tener en cuenta que hasta los 4 años el pie de la mayor parte de los niños es plano por naturaleza. A partir de esa edad, gracias al paulatino fortalecimiento de los ligamentos, se irá marcando el arco longitudinal. No obstante, si la deformación del pie amenaza con empeorar, es necesario consultar con un ortopedista.
Según los especialistas, un arco longitudinal bien desarrollado no significa que el pie sea sano y fuerte, así como el pie plano no siempre indica debilidad o mal funcionamiento. Se ha demostrado que un pie plano puede funcionar satisfactoriamente y resistir un intenso ejercicio, como sucede con el llamado pie plano hereditario.
En este caso, si el talón se halla en una posición normal y el pie es flexible, no requiere tratamiento. Muchos niños que padecen de pie equino parecen correr con facilidad, apoyados en los dedos. Sin embargo, sus pies no son fuertes ni su marcha confortable. Si la anomalía es muy marcada, su andar se hace titubeante y tropiezan con sus propios pies.
El pie equino suele ser el resultado de diversos factores que hacen que aquél rote hacia dentro. Es necesario consultar con un ortopedista, quien determinará la causa de la deformación, la cual muchas veces reside en la rotación de la tibia hacia dentro.
No es raro que el arqueamiento fisiológico de las piernas se confunda con el raquitismo. Esta deformación, más aparente que real, se debe a que para soportar el peso del cuerpo la corteza de las tibias se engrosa. En estos casos, los pies parecen planos. No obstante, esta anomalía de la forma no se acompaña de otros signos de raquitismo ni requiere ningún tipo de tratamiento, ya sea ortopédico o vitamínico.